Hay cosas cuya imagen o palabra te escrita te evocan inevitablemente a una imagen concreta, a la que asociacias. Si pruebas el dulce de leche, piensas en Argentina; si ves dibujado un dragón, en China. Y si ves un toro, en España. Las famosas corridas de toros fueron durante años la fiesta nacional, y se convirtieron en un icono identificativo del país, al igual que la flamenca. Es evidente que toda la idiosincracia de una nación no se resume en una imagen o en un concepto concreto, pero también es cierto que nuestra mente tiende a simplificar. Por eso existen los tópicos.
Es un arte (para quien así lo entienda) tan peculiar que es complicado no haber oído hablar de ello, o visto alguna imagen. Hablamos de este espectáculo que se desarrolla en una plaza redonda con un espacio (el ruedo) de albero en el centro, tablones rojos por alrededor (que albergan los burladeros), la zona de asiento para la afición y otras tantas estancias. Cuando se inicia el espectáculo nos encontramos con dos protagonistas. Uno de ellos es el torero, vestido con traje de luces, es decir, un atuendo ceñido en variados colores que se complementa con la montera, el corbatín, la chaquetilla, la taleguilla, las medias, las zapatillas, la coleta, el castoreño y, cómo no, el capote de paseo.
El otro protagonista, que centra también la atención de nuestro artículo, es el toro de lidia. Se trata de un animal bravo con unas características concretas que vienen bien al espectáculo, y que puede pertenecer a diferentes castas en la península ibérica: la andaluza, la navarra, la castellana, la cabrera...
Muchas de las fiestas de pueblos y ciudades españolas tiene al toro (o a una vaquilla, en su defecto) como elemento fundamental. En Sevilla, por ejemplo, la semana de la Feria de Abril se desarrollan corridas en la Maestranza, y se intenta contar con buenos toros y toreros que, por cierto, pueden llegar a ser de lo más afamados, con vidas que generan multitud de información en la prensa rosa.
Pero quizá sea aún más conocida la fiesta de San Fermín, que tiene lugar en Pamplona, capital de la comunidad de Navarra. Los inicios de cada jornada que compone la fiesta van marcados por el encierro. Los toros hacen un recorrido delimitado por el centro de la ciudad hasta la Plaza, con cientos de personas corriendo delante vestidos de blanco y con pañuelos rojos. Se trata de una fiesta tan mundialmente conocida que hasta el afamado escritor estadounidense Ernest Hemingway escribió sobre ella, como sobre otras tantas tradiciones españolas.
No es de extrañar que, ante tanta afición, sean muchas las personas que se tatúen un toro bravo. Si no se es aficionado o aficionada a la fiesta, puede que se queden, al menos, con el simbolismo: un animal bravo, que embiste ante la vida. Una de las opciones a la hora de tatuárselo puede ser el primer plano, con un gesto enfurecido. Es una buena opción, por ejemplo, si tú o alguien de entorno posee el signo Tauro. También de cuerpo entero, igualmente bravío, ya sea en su forma completa o con motivos tribales. O en el campo en actitud señorial.
El toreo no está exento de polémica, la que enfrente a aficionados/as y detractores/as que se declaran amantes de los derechos de los animales. No es este el lugar para analizar los argumentos en contra y a favor, pero, para quienes no gusten de la fiesta, también está la opción del tatuaje antitaurino, a modo reivindicativo.
Ideologías, estilos de vida, gustos... Todo, ya lo sabéis, cabe en los tatuajes.
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